guijarros y cordel

estoy traduciendo uno de esos libros hermosos de ciencia y experimentos para niños. esos que explican conceptos complejos de forma simple o simplificada, y ofrecen instrucciones para llevar a cabo experimentos o proyectos con los que graficar el asunto.

mi primera reacción es de nostalgia y alegría. hoy en día esta información está por todos lados, como todo desde que hay internet. pero yo soy mayor y cuando era chico no había internet y no había muchas fuentes de información que no fueran los libros, y no había muchos lugares donde conseguir libros. por un lado porque en la casa siempre había un número limitado de libros (en el prólogo a una colección de arlt curada por cortázar, éste se pregunta qué habría sido de el primero de haber tenido la biblioteca que él tenía en su casa, y recuerda que arlt se hizo amigo de un librero para poder tener acceso a los libros que no tenía ni podía comprar), y las bibliotecas no son un lugar muy frecuentado —admitámoslo—, y no son lugares particularmente atractivos para un chico, y los libros nuevos podían ser no sólo caros, sino directamente, imposibles de conseguir (siempre se trataba de libros extranjeros, que tenían que ser primero traducido al castellano, y después importados, cosa que no siempre pasaba). así las cosas, si te gustaba leer, saboreabas cada libro al que podías acceder palabra a palabra. y estos libros eran particularmente interesantes para mí, como supongo que lo son para la mayoría de los chicos, por su carácter «práctico»: explican conceptos reales, concretos, de cada día (de los cuales un chico sabe, generalmente, bastante poco) en palabras que uno podía entender, y encima ofrecen demostraciones prácticas! paradisíaco.

esa primera reacción tiene que ver con volver a sentirse niño. pero de esa deriva otra, casi obligada: ya no soy un niño. se desnuda la realidad, se ve en toda su inmensidad esa brecha infinita, no ya de una veintena de años, sino un infinito entre el pasado y el presente, lo que es y lo que fue, y nunca podrá volver a ser. y en ese mar de miseria, una luz: si este libro llega a un niño, y si ese niño lo disfruta como yo, como tantos, como debe ser, como es deseable y esperable que suceda, entonces, no sólo será un gran momento, y se habrá cumplido un sueño, y podremos todos festejar el milagro de la vida y todas esas cosa, no sólo eso, pero mucho más importante: ese niño estará leyendo las palabras que yo traduje. yo. y en ese mar infinito, una línea directa. y al otro lado de esa línea, quién sabe cuántos. se tira la línea una vez, y basta que uno la tome, y ya está, después podrán miles servirse de ella.

está claro que el verdadero mérito, el dueño de la pelota, el director de la orquesta, es el que lo escribió. sin embargo, el traductor no parece estar por debajo, sino más bien a un costado, o en otro plano. el que traduce permite que accedan al material quienes de otro modo no podrían. deja un poco de sí, también. toma pequeñas, más divertidas que osadas, decisiones, agrega un poco aquí, quita un poco allá, estira un pliegue y dobla una esquina, y —tal vez lo más romántico del asunto— opera desde las sombras, el silencio, la cuasi-clandestinidad.

y entonces me di cuenta del poder que tenía en la pluma: si le digo al niño que necesita un marcador rojo, buscará un marcador rojo. lo sé porque fui ese niño. ¿no podrían decir un marcador de color, sencillamente? si le digo que corte tiras de 15cm, pobre criatura, medirá 15cm. pero 13, 15 20 o 23cm probablemente fuera lo mismo. pobre niño, midiendo 15, pensando, muy dentro de sí «para que funcione debe ser de 15». si le digo que necesita una avellana, tratará de conseguir una avellana. ¿no podrían aclarar que es lo mismo una nuez, o cualquier cosa del mismo tamaña, o color, o peso, o lo que sea? son crueles con los pobres niños... ¡¿qué carajo es un albaricoque?! ¡¿qué carajo es un coracle?! ¡¿de dónde saco guijarros?! porque es lo lindos de las traducciones, también. para este proyecto necesitas tres linternas. ¡¿tres linternas?! ¡¿quién tiene tres linternas?! y ahí recordé qué odio me daba cuando me pedían cosas imposibles, o no se entendía qué cuernos necesitaba, o creía indispensables objetos que, descubría después, no importaban un carajo. ahora soy yo el desalmado que da esas instrucciones infernales!


y por debajo —o muy por encima— de todas estas consideraciones tan serias y filosóficas, quedan las cuestiones del lenguaje, las disertaciones linguísticas, y demás, que tanto me gustan; pero no quiero aburrirles con eso. en cambio, contarles qué divertido puede ser convertir en trabajo eso que de chicos (mis escritos siempre son redondos, sí, lo sé) era inocente y genial pasatiempo: hablar como en las series: ponlo en la nevera y verifica que el interruptor esté libre de fango; toma tu colección de guijarros, y utiliza la goma de mascar para pegar el cordel al hule...


(esto no es más que una impresión de mis impresiones; en realidad, no fue más que una mínima colaboración en una traducción que le corresponde a otra persona)