henry bemis

estás en un lugar lleno de gente, como treinta personas, y hay varios que atienden, como siete u ocho personas, y te fijás que una de las que atiende es una mina re linda, con una onda cincuentas que, además de gustarte, te combina muy bien, y pensás mirá qué lindo sería que justo, de entre todas las que atienden, me toque esa; y mirá qué culo tendría que tener, porque mi número tendría que coincidir justo con que ella termine de atender, y llame, y me toque a mí, mirá qué fenómeno sería, y pensás qué harías si, de pedo, justo te toca, y te inventás mil historias que salen mal o que son absurdas o que nunca pasarían, y terminás pensando en cualquier cosa, y te colgás, y entonces mirás, y el próximo número es el tuyo, y te acordás de que estabas pensando en esto, y suena el aviso ese que es re molesto, que pobre gente, tener que laburar todo el día escuchándolo, y mirás, y es tu número, y mirás el número del box, y es el de la chica del flequillo negro  y labial rojo fuerte, y no sabés si viva perón carajo o traeme los pañales, qué hago ahora, y te apurás a encaminarte, para que vea que estás yendo, porque no vaya a ser cosa que piense que ese número no está y llame a otro, pero también, una vez que te parece que te vio, te apurás a no apurarte, como para darte más tiempo para diseñar una estrategia, un plan de acción, y no encontrás ninguno, y en un segundo te conformás con pensar que le vas a hacer algún chiste o comentario simpático o gracioso, que eso en general te sale bien, y que si se ríe, ya es algo, y que después vas a improvisar, y que no importa que los otros box contiguos están muy cerca y que lo que sea que digas lo van a escuchar a diestra y siniestra, porque bueno, hay que jugarselá, no ser maricón y largarse, así que todo es cuestión de hacerle un chiste, un comentario simpático, y después ver cómo seguimos, y para todo esto llegás, decís buen día, o algo así, y te sentás, y te preparás para encontrar el momento oportuno y desplegar tu magia de cotillón, y esperás, y esperás, y la mina hace su trabajo y las preguntas de rigor y no levanta la vista del teclado, no la saca del monitor, y parece que ni siquiera te registra, y esperás, y no llega, y empezás a temer que nunca llegue, y te parece que más vale hacerlo en el momento no más propicio que no hacerlo nunca, y hacés un comentario simpático y la mina ni te registra, ni sabe que estás, no hay un mundo más allá de ella y su teclado y su monitor y su saquito onda cobain que está medio roído, y en el cual repara por un momento, y no se entera que existís, y en cuanto podés intentás de nuevo con un comentario tonto pero simpático, y lo mismo, y el trámite termina, y antes de que logres despedirte ya escuchás el timbrecito ese letal sonar irritante sobre tu cabeza, y agarrás tus cosas y te vas rápido a saborear tu derrota en algún otro lugar.